Yo entendí Cádiz la segunda semana
(hablo del Cádiz rancio y antiguo, el que arranca tres pasos más allá
de Puerta de Tierra) como cada día, apuraba en silencio un amontillado
viejo en la barra color caoba de la Taberna La Manzanilla, mi hogar -y hogar de tantos caldos sanluqueños- espiritual en la calle Feduchy. Era la hora del aperitivo y yo andaba leyendo Así es como la pierdes
cuando oigo un “toc” sobre la madera y una caña de manzanilla se posa
frente a mí. Los viejos de la tertulia de las doce me invitaban a una
ronda y, por lo tanto, a ser -un poquito- Cádiz. Esa manzanilla no pedida escondía más respeto, cariño y verdad que mil días en mil resorts. Un pequeño premio -a mi fidelidad- y una puerta abierta a esta ciudad imposible. Eso es Cádiz.
La Manzanilla: esto es Cádiz
Arranca el día en la Alameda, donde sale el sol (se pone en la playa de la Caleta, que es el lugar donde toda persona de bien vive la puesta de sol a la vera del barrio de la Viña y la historia), paseo hasta el parque Genovés, recorriendo la muralla de San Carlos con el viento de poniente del atlántico robándote trocitos del alma. Nos espera la Parroquia del Santo Ángel Custodio hasta el Teatro Falla y la plaza del Mentidero (cuna de chirigotas y carnaval).
Empieza el día en la Alameda…
Desayunos
Desayuno en el Café de Levante (Calle Rosario, 35) patria de poetas, cantaores, bohemios y fantásticos molletes con aceite de oliva o en el majestuoso Café Royalty (Plaza de Candelaria) fundado en 1912 (sí, celebrando la Constitución) probablemente el único café romántico histórico en pie -y bien en pie- en Andalucía y uno de los mejores desayunos que recuerdo (también brunchs, pero estamos en Cádiz y pedir un brunch es digno de pena capital) tanto el continental: bollería, zumo, café, chocolate, tostadas con aceite de oliva; como el americano: café, huevos revueltos, bacon, salchichas y tortitas con nata. Periódico, silencio, lienzos en el techo de Felipe Abarzuza y porcelana inglesa de principios de siglo. ¿Qué más queréis?
Un apunte más, me chiva Manolo en La Manzanilla que el mejor café de Cádiz lo sirven en Ultramarinos Veedor, ahí queda eso.
Café Royalty, el desayuno majestuoso y romántico
Desde Mentidero, por la calle Veedor hasta la plaza San Antonio. Cruzamos por calle San José hasta San Francisco, donde podemos (y debemos) hacer parada en la librería Raimundo, especializada en libros descatalogados y ediciones antiguas. Se acerca la hora del aperitivo y desde la plaza San Agustín (uno de los atardeceres más plásticos, frente a un café y las sombras del Convento) llegamos hasta Feduchy y la mejor taberna del mundo.
Tabernas
Afirmaba Savater en Sobras Completas que “La taberna es un paréntesis en la vida, como el sueño; y, también como el sueño, ese paréntesis está más lleno que la propia vida”. Y elige cinco: “La Manzanilla” de Cádiz y “Tenampa” de México D.F., “Estanis” en San Sebastián, “Ca d’Oro” en Venecia y “Le Duc de Richelieu” en París; sitios a los que se llega para acabar la vida y plataformas donde empezar de nuevo. Una taberna es nuestra casa cuando necesitamos una (tantas veces).
Al grano: en La Manzanilla (Feduchy 19) he sido feliz así que poco más queda decir, solo denles recuerdos a Pepe de mi parte. Él sabrá qué hacer.
Otras tabernas de obligada visita son La Carbonera (Marqués de Cádiz, 1) antro necesario en el Barrio de la Viña, La Posadilla en el Pópulo (el barrio más antiguo de occidente) y por qué no también un latigazo Los Pabellones, el bache más canalla de San Juan de Dios; barrio de pescadores, granujas, lumis y hostales de quince la hora. Cuentan que en los Pabellones emiten películas guarras a la hora del café, para ir calentando al tripulante. Cómo no parar aquí.
Barrio del Pópulo
Llega la tarde y cruzamos plaza Candelaria (mi favorita) hasta el Mercado de Abastos donde son imprescindibles los churros de “La Guapa”. Lo suyo es recorrer el mercado, comprar ostiones y algún atún fresco dejándonos guiar los por los sabores y olores de tantos puestos ajenos al progreso y las majaderías de los críticos gastronómicos. Se intuye ya el atardecer, es hora de pisar el barrio de la Viña, que es la suma y la resta de todo lo que significa Cádiz. O entiendes la Viña o no has entendido nada. O eres aquí o busca otra ciudad. Hay muchas.
Gastronomías
La Viña la delimitan Rosa y Sagasta, pero lo suyo es disfrutar de la plaza de la Cruz Verde y la plaza de Tiza, epicentros del alma de este barrio clandestino y desafiar sin miedo la mejor fritura de Cádiz: la del Bar El Palillo (San Félix) justo enfrente de El Faro (y de alguna manera su opuesto, en todos los sentidos) donde Antonio Díaz sirve perfectas raciones de cazón en adobo, morenas, safio, chocos y marrajo. En las copas, manzanilla Barbiana. El pescado proviene directamente de “ranas” (buceadores) de Puntales, pescadores hijos de pescadores del Cádiz rancio que amamos.
Necesarias también son las papas aliñás y la caballa con periñaca en El Tío de la Tiza (Plaza Tio de la Tiza) y las mejores ortiguillas del mundo de Casa Tino (Rosa, 25). Pero no solo de frituras vive el hombre: otros enclaves gastronómicos imprescindibles son La Cepa Gallega (salazones y vinos por copas), Casa Manteca (maravillosos los chicharrones) o Ultramarinos Veedor (calle Veedor) especializado en tortillas y guisos clásicos gaditanos como la berza. Una curiosidad: tanto La Manzanilla como Veedor son escenarios de El Asedio. Y es que Don Arturo Pérez Reverte pasó muchas tardes en mi barra cruzando datos con Don Miguel García Gómez, propietario de la mejor taberna del mundo.
“Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos”. Hannah Arendt
Me piden, me exigen!, que resuma el duende de Cádiz en una frase. El porqué, el McGuffin. Y una razón se apodera -lenta, inexorablemente- de todas las demás:
En Cádiz no hay maldad.
Y no se me ocurre un mejor halago ni un mejor rumbo para una ciudad. Para una persona. Para uno mismo.
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